Video: XXII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno. Discurso del presidente Danilo Medina
Su majestad Rey Juan Carlos
Señor Presidente del Gobierno Español Mariano Rajoy
Señoras y señores Jefes de Estado y de Gobierno
Señoras y Señores Vicepresidentes y Cancilleres
Señores Representantes de Países Observadores
Señores Secretarios Generales de Organismos Internacionales e Invitados Especiales
Señoras y Señores
Quiero expresar mi complacencia por esta primera oportunidad de intercambiar y comunicarme con ustedes en el marco de esta Cumbre Iberoamericana, en esta ocasión tan especial en que conmemoramos el bicentenario de la Constitución de Cádiz.
Quiero, en primer lugar, agradecer a nuestro país anfitrión, España, su amabilidad al recibirnos y hacer posible este encuentro que nos permite, una vez más avanzar en nuestras agendas comunes de desarrollo.
La ocasión de conmemorar el bicentenario de la Constitución de Cádiz es una oportunidad para reflexionar juntos, pueblos y gobiernos de la Patria Grande Iberoamericana, sobre el significado histórico de esta obra monumental, y sobre las tareas aún pendientes en nuestros respectivos países y en el contexto internacional actual.
La Constitución de Cádiz consagró por primera vez en el mundo iberoamericano, el concepto de soberanía nacional y la noción de que la misma reside en el pueblo. Consagró, así mismo, como correspondía al contexto liberal entonces predominante, los derechos fundamentales de las personas, la igualdad ante la ley, el derecho de propiedad, y el derecho a la educación, así como la división de los poderes públicos.
La historia se ha encargado de reconocer la influencia de esta Constitución en los procesos independentistas de América Latina y en la posterior conformación de nuestras tradiciones constitucionales. Sin embargo, aún es grande la deuda que mantenemos con nuestros pueblos, para hacer valer la universalidad de los derechos consagrados en la misma.
Lamentablemente, aún son millones quienes no han alcanzado su derecho a una educación de calidad, a ver satisfechas sus necesidades básicas o que se les reconozca, por ejemplo, la propiedad de la tierra. Derechos que ya reconocía la Constitución de Cádiz.
La soberanía, como la democracia, adquiere vida y sentido en la medida en que se traducen en mejor calidad de vida para las personas, las familias y las comunidades. Sin embargo, doscientos años después, América Latina, es todavía la región más inequitativa del planeta.
Hemos sufrido las consecuencias de concepciones económicas que privilegian el mercado y la acumulación de riquezas, antes que el bienestar y la calidad de vida de las poblaciones. Que pusieron la competencia desregulada por encima de la solidaridad. Hemos aplicado, con disciplina digna de mejores propósitos, las recetas que nos prometieron prosperidad económica con crecimiento estable. Creímos en quienes nos aseguraban que, gracias a manos invisibles, reduciendo el papel del Estado, privatizando los servicios básicos, y liberando los mercados, la riqueza se derramaría de forma espontánea sobre nuestros pueblos.
Las consecuencias de estas prédicas y prácticas fueron devastadoras. No solo se incrementó la pobreza y la exclusión social. En mi país, por ejemplo, en apenas dos años de la primera década de este siglo, se elevó en un millón y medio la población empobrecida, y se acorraló a las clases medias, condenándolas a cubrir con el presupuesto familiar los servicios esenciales y a buscar soluciones individuales a problemas que deberían ser asumidos por la sociedad y el Estado en forma colectiva.
El esfuerzo necesario para avanzar en la superación de esta tragedia ha sido duro. Especialmente en medio de las restricciones impuestas por la dinámica económica internacional y el sistema financiero mundial, en un contexto de debilitamiento de la confianza y la gobernabilidad.
Hoy, cuando una nueva crisis estremece la economía del mundo y amenaza los avances que hemos conseguido, los hechos evidencian que los países que más y mejor invirtieron en elevar su capital humano y su capital social, no solamente han logrado afrontar mejor esta crisis y sus consecuencias sociales, sino que han logrado mantener el crecimiento económico, en mejores condiciones.
No podemos repetir los errores del pasado. Necesitamos concentrar nuestros esfuerzos y capacidades en la construcción de un nuevo modelo de desarrollo. Que privilegie desarrollar sistemas educativos incluyentes y con calidad, para que nadie quede marginado de las capacidades y oportunidades necesarias para producir y consumir con dignidad. Necesitamos sistemas de salud y de protección social que puedan garantizar que la enfermedad no será más la ruina de la familia, y que la salud no será más un privilegio de quienes pueden pagarla. Que la seguridad de las familias y comunidades y de los bienes y propiedades, no estará más en entredicho.
Necesitamos un modelo de desarrollo en el cual el Estado pueda asumir como principal responsabilidad garantizar la calidad de vida sin discriminaciones ni exclusiones, al mismo tiempo que promover el crecimiento y estabilidad de las economías.
La columna vertebral de este nuevo modelo de desarrollo está en concentrar los esfuerzos en fortalecer aquellos sectores de nuestras economías con mayor potencialidad de generar puestos de trabajo dignos, entre ellos las pequeñas y medianas empresas, las cooperativas y otras formas de economía solidaria. Que el trabajo digno no sea más una aspiración frustrada para la legión de jóvenes que deambulan en búsqueda de una oportunidad sin encontrarla.
Necesitamos un nuevo modelo de desarrollo que propicie la capacidad productiva de cada uno de nuestros países y el desarrollo de las pequeñas y medianas empresas, la agropecuaria y la economía solidaria.
Ante la crisis mundial actual renacen las prédicas de reducir la inversión social. En esta ocasión, al renovar los vínculos que han unido a nuestros pueblos y gobiernos iberoamericanos, reiteramos nuestra convicción de que la economía debe estar al servicio de las personas y no las personas al servicio de la economía.
Estamos convencidos de que reducir la inversión pública social, al menos en nuestro país, solo conduciría a aumentar la exclusión social y a debilitar la economía. Por el contrario, necesitamos elevar y mejorar la calidad de esa inversión.
Mejorar la calidad de vida de todos, pero muy especialmente de los que menos tienen, es la base para elevar la capacidad de consumo y de producción, protegiendo, además, el medio ambiente. Es nuestra única posibilidad de expandir la economía y lograr un crecimiento sano que no vulnere más la cohesión social.
Este es el camino que hemos elegido en la RD y que, me consta, comparten muchos países hermanos de América Latina. Y para que triunfemos juntos en este propósito la palabra clave es, una vez más, integración. Trabajar juntos por un nuevo orden internacional, por un nuevo modelo de desarrollo que promueva la solidaridad, la reducción de las desigualdades sociales y economías prosperas y estables.
Nuestro gobierno cree en esa integración, tanto con los países del Caribe, como con los países de la región Latinoamericana y, por supuesto, con Portugal y con nuestra anfitriona España, a quien nos une sólidos lazos de hermandad y cooperación.
En este encuentro, por todo lo dicho, mi llamado fundamental es a seguir fortaleciendo los mecanismos de integración que nos unen en diferentes foros para trabajar de forma activa y concreta en la reducción de esa brecha social.
Sanemos juntos esa herida abierta de la desigualdad que aún sufren nuestras familias empobrecidas y buena parte de las clases medias.
Unamos nuestros esfuerzos y capacidades, con audacia y creatividad, para impulsar un nuevo modelo de crecimiento y prosperidad, esta vez, basado en la justicia, la equidad y la cohesión social.
Y no hablo aquí de utopías ni de sueños irrealizables. Hablo de cooperación, de estrategias de codesarrollo, de políticas conjuntas de protección social, de proyectos de desarrollo regional. Hablo, en definitiva, de establecer un compromiso serio y urgente con la agenda social, tantas veces aplazada, que merecen nuestros pueblos.
Señoras y señores,
Millones de hombres y mujeres miran con incertidumbre su futuro y esperan de nosotros respuestas claras, soluciones audaces. Vivimos un momento difícil, sin duda, en el que no existen fórmulas mágicas, pero sí caminos trillados que sabemos nos conducen al vacío. Por eso es hora de abrir nuevas sendas, y hacerlo juntos.
Lo dije en mi país y, si me lo permiten, quisiera decirlo ahora, ante todos ustedes: Es hora de mostrarnos a la altura de nuestros pueblos y de sus sueños, de sus esperanzas y sus ilusiones. Es hora de hacer lo que nunca se ha hecho.
Muchas gracias.