Video: Danilo Medina, XXIII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno. Discurso

Señoras y señores:

Es un honor participar nuevamente en esta Cumbre Iberoamericana.

Y quisiera agradecer a nuestro país anfitrión, Panamá, su amabilidad al recibirnos y hacer posible este espacio para reflexionar juntos sobre los retos y oportunidades que nuestras naciones hermanas tienen entre sí.

Esta cumbre es una ocasión perfecta para levantar la vista de nuestro trabajo diario y nuestros contextos nacionales y pasar a considerar por un momento el marco global en el que tienen lugar nuestros esfuerzos de desarrollo.

Y cuando lo hacemos no podemos dejar de recordar, como nos confirman cada día los titulares de la prensa internacional, que vivimos tiempos de crisis.

Como todos sabemos, hace casi exactamente cinco años, una crisis originada en el sector financiero de los países desarrollados se extendió rápidamente a todos los sectores productivos y afectó al conjunto del planeta.

Las consecuencias del shock económico, solo comparable con la gran depresión del 29, aún no han dejado de sentirse.

Lo que para unos pocos había significado ganancias de cientos de millones de dólares se transformó, de la noche a la mañana, en la pesadilla de decenas de millones de desempleados, y en profundos recortes de los beneficios sociales en muchos países.

La prioridad ha sido rescatar a los bancos.

El diagnóstico sobre el origen de esta debacle ha sido unánime: la excesiva desregulación del sector financiero durante las últimas décadas creó entidades consideradas "demasiado grandes para caer", que poco supervisadas, se entregaron a una economía, en la que se privatizaban los beneficios y se socializaban las pérdidas.

Propuestas para resolver la situación no faltaron: a corto plazo, por supuesto, aumentar la liquidez en el sistema.

A largo plazo: restringir ciertos productos financieros, separar la banca minorista de la de inversión, regular los paraísos fiscales y los precios de transferencia.

En definitiva: Reforzar el poder de los Estados frente al poder económico.

¿Quién lideraría este proceso de democratización?

Se habló del G8, del G20, de la Unión Europea…

Sin que finalmente ninguna de estas instancias lograra pasar de las palabras a los hechos.

Distinguidos jefes de Estado y de Gobierno

Cabe ahora preguntarse, cinco años más tarde ¿Qué está ocurriendo?

En ausencia de grandes cambios desde arriba, hemos visto a los pueblos reivindicar e impulsar los cambios desde abajo.

En una situación en la que grandes instituciones se declaraban impotentes para impulsar los cambios necesarios, hemos visto las calles, tanto de países desarrollados como emergentes, bullir con propuestas.

Estas exigencias y proposiciones varían de país en país, cambian con el tiempo, y se presentan frecuentemente de forma desordenada.

Sin embargo, para quien quiera escucharlas, su sentido último es claro.

Las grandes mayorías, cada vez mejor educadas, tanto en el norte como en el sur, exigen una administración más transparente y democrática y una economía al servicio de las personas, y no al contrario.

Lo que una vez fuera llamado “estado de bienestar” para destacar el compromiso y responsabilidad del Estado por la calidad de vida de las personas, reemerge en el imaginario público y resume las aspiraciones de millones de ciudadanos insatisfechos.

Con ese instrumento se obtuvieron algunos de los mayores avances en desarrollo y seguridad que ha visto la historia.

Se logró humanizar la economía y alcanzar grandes consensos políticos que pusieron, por encima de todo, el bien común.

Hoy, vivimos la paradoja de ver como ese ideal de crecimiento sostenible y justicia social se vuelve más frágil en sus países de origen, mientras renace en las naciones emergentes, impulsado por las demandas de ciudadanos con un acceso a la información cada vez mayor.

Mientras los países desarrollados adoptan políticas de austeridad y ajustes estructurales, que comprometen importantes conquistas históricas de los pueblos desarrollados, conceptos tristemente familiares para los latinoamericanos, vemos como los programas sociales proliferan en diferentes rincones del planeta, sacando a millones de la pobreza y mitigando la desigualdad.

Desde Brasil, donde recientemente se han destinado los nuevos beneficios del petróleo a fines sociales, hasta el Salvador, donde los proyectos a favor de la mujer están posibilitando su igualdad plena e integral, las grandes mayorías exigen y logran que el acceso a la educación, la sanidad o el trabajo dignos se consideren un derecho para todos y no ya un privilegio de unos pocos.

Señoras y señores

En la República Dominicana aún nos queda mucho camino por recorrer, pero también estamos dando pasos firmes en la lucha contra la pobreza y la desigualdad.

Somos un país pequeño, pero no carente de ambición. Nos hemos comprometido con nuestra gente a ponerlos a ellos, los ciudadanos y ciudadanas, en el centro de las políticas públicas.

Y nos hemos puesto como meta llegar a ser el país próspero que soñaron los fundadores de nuestra patria.

Creemos en la capacidad de nuestra gente de construir una sociedad más justa, de alcanzar acuerdos y de avanzar hacia un crecimiento sostenible y sostenido, en un contexto de democracia y de respeto a las libertades ciudadanas.

Queremos fortalecer la confianza de nuestra gente en las instituciones, por eso estamos rodeando de transparencia las acciones del gobierno, e incorporando a grupos de ciudadanos como veedores públicos, para que monitoreen los sistemas de compras y de contrataciones.

En el plano internacional, nuestra visión también ha sido empezar desde las necesidades de nuestros pueblos y la cooperación mutua.

Ese es el principio rector que sostiene nuestra política de cooperación regional.

Y pretendemos que lo sea, igualmente, a la hora de construir acuerdos globales.

Tenemos un fuerte compromiso con la integración y el desarrollo conjunto, de igual a igual, desde el respeto y la solidaridad.

Desde esa perspectiva, estamos integrándonos cada vez más en nuestra región, participando en iniciativas como el CARICOM y el SICA, al que hemos ingresado este año, cooperando en materias como la seguridad, el comercio o el medio ambiente; y la lucha contra el narcotráfico.

Y en este punto quisiera, si me lo permiten, detenerme brevemente.

Nuestros países redoblamos esfuerzos e invertimos cuantiosos recursos en la lucha para combatir el narcotráfico, sirviendo de puente de la droga que viene de Sur América, pasa por nuestro territorio con dirección hacia los Estados Unidos y Europa, y en ese trayecto vemos de manera lastimosa como permea a nuestra juventud y a nuestra sociedad.

Llamo a la unidad en esta lucha, a tomar acciones concertadas para  frenar la producción y el tránsito de drogas, pero de manera especial el consumo, destinado principalmente a los países desarrollados que, hay que decirlo, poco o nada hacen para auxiliarnos en esta tarea.

En otro orden de cosas, hemos iniciado también acciones para colaborar con nuestros vecinos y hacer frente,  juntos, a los desafíos del cambio climático.

Entre ellos  destaca la “Iniciativa Hopefor”, para dar respuestas coordinadas ante desastres naturales.

En definitiva, estamos decididos a fortalecer nuestros lazos con los países hermanos de la región, en busca de nuevas oportunidades de progreso que mejoren las condiciones de vida de las grandes mayorías.

Señores y señoras

Son muchos los avances que nuestro pueblo está logrando con esfuerzo y dedicación.

Nos gusta decir que en nuestro país estamos haciendo lo que nunca se ha hecho, y así es, lo estamos haciendo. Sin embargo, los avances de nuestra nación son como los de un barco en medio de aguas revueltas.

Crisis como la que se desató en 2008, o contracciones de la demanda internacional, pueden en pocos meses poner en peligro los esfuerzos de años o décadas.

Si así está sucediendo en países que llevaban décadas contándose como desarrollados, cuánto más cierto será en el caso de economías aún vulnerables, como la nuestra.

La República Dominicana, como tantos de los países presentes, solo puede beneficiarse de unos mercados financieros más estables, más predecibles y mejor regulados.

Saludamos, por tanto, las iniciativas en todo el mundo que en los últimos meses dan esperanza de avanzar hacia una mayor regulación de los paraísos fiscales.

Felicitamos también los avances legislativos que algunos países están dando para regular los precios de transferencia entre las filiales de empresas radicadas en su territorio.

Y nos comprometemos a aplicar celosamente las normas vigentes en la República Dominicana a tal efecto.

Saludaríamos también ver cómo las propuestas de una tasa sobre las transacciones financieras salen de los debates académicos para convertirse en una realidad.

Un paso que Italia ha liderado y que nos da esperanzas de que haya más avances.

Sabemos que una medida así, solo podría ser realmente eficiente si existiera un gran consenso internacional en torno a su aplicación, pero una vez en marcha, evitaría el recalentamiento de las finanzas globales y daría estabilidad al conjunto del sistema, al tiempo que podría generar fondos para los objetivos de desarrollo de nuestras naciones.

Amigos y amigas

La globalización económica y tecnológica que vivimos ofrece enormes oportunidades, pero no está exenta de peligros muy reales.

Nos ofrece posibilidades de crecimiento sin precedentes, pero también encierra la amenaza del aumento de las desigualdades y el desastre ecológico.

Tenemos ante nosotros la capacidad de crear sociedades estables de clases medias y al mismo tiempo el peligro de verlas desaparecer ante un infortunado giro de los mercados.

Enfrentamos el riesgo de la falta de privacidad de los ciudadanos ante gobiernos autoritarios, y su reverso: la promesa de unas sociedades cada vez más conectadas y participativas junto a gobiernos cada vez más transparentes.

Para asegurar que este proceso fluya por los cauces más positivos para nuestra gente, necesitamos de voluntad política.

Los gobiernos no podemos desentendernos del proceso más importante en la historia reciente y dejarlo al azar o exclusivamente al mercado.

Debemos buscar la forma de lograr consensos que impulsen, en primer lugar, el bienestar de la población.

Debemos tomar decisiones partiendo de la experiencia cotidiana del ciudadano que, más allá de mercados y macroeconomía, tiene que arreglárselas día a día para salir adelante.

Pensemos, juntos, qué tipo de economía será la que le permita hacerlo mejor y con más dignidad. 

Los ciudadanos y ciudadanas a los que representamos, cada vez mejor informados y conectados, nos exigen que estemos a la altura de esta responsabilidad.

No los defraudemos.

No dejemos sus demandas sin respuesta.

Sumemos nuestras voluntades a la de las grandes mayorías que necesitan de nuestra creatividad y nuestra audacia, para lograr un modelo de desarrollo más justo y solidario.

Manos a la obra.

Muchas gracias.